Ventana de Ames
Cuando observamos alguna ilusión óptica, normalmente primero observamos la ilusión y somos engañados por la misma. Luego, descubrimos qué causa el efecto visual y, una vez que logramos descubrirlo, revisamos la ilusión desde una nueva perspectiva, para poder descubrir el truco. Sin embargo, la ventana de Ames sigue engañando a nuestro cerebro, incluso después de entender lo que está sucediendo.
Esta ilusión óptica recibió el nombre gracias a su creador, Adelbert Ames, un científico estadounidense que inventó el efecto en 1946.
La ventana está hecha de forma que, cuando se observa frontalmente, parece una ventana rectangular, pero en realidad es un trapecio. La ilusión consiste en un efecto visual de una ventana que parece se estuviera balanceando de un lado hacia el otro cuando, en realidad, gira provocando un cambio en la percepción de su tamaño.
Sin embargo, a pesar de saber que la ventana está girando y no realizando un balanceo y, además conocer qué es un trapecio y no un rectángulo, a nuestro cerebro le es imposible romper la ilusión óptica y continuamos observando un balanceo de tan solo 180 grados.
Esta ilusión es posible gracias a la geometría de la ventana de Ames, la cual al ser un trapezoide engaña a nuestra mente. Como nuestros cerebros están acostumbrados a observar ventanas de forma rectangular, nuestra mente es incapaz de dilucidar correctamente dónde empieza y dónde acaba el sentido de la rotación de la ventana.
Si sumamos algunos elementos colgando de un extremo de la ventana, con el objetivo de romper la ilusión óptica, observamos que ni aun así logramos hacerlo. Todo intento hace que la percepción sea aún más extraña: por ejemplo, si colocamos una regla en uno de los huecos de esta ventana, pareciera que la misma atraviesa de forma inexplicable las divisiones de la misma. En conclusión, la Ventana de Ames es una increíble ilusión óptica que nos hace pensar en que realmente debemos tener cuidado con confiar en lo que vemos y creemos “real”.