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Según dan cuenta los estudios provenientes de la antropología, arqueología y astronomía cultural, distintos grupos humanos a lo largo de la historia han establecido complejas relaciones con el cielo. Las mismas, están atravesadas por esquemas de representación y clasificación en los que intervienen conceptos ligados a los géneros que estructuran también las relaciones entre humanos. Por ejemplo, pensemos por un momento con qué cosas comúnmente asociamos al Sol, y con cuales otras a la Luna. Probablemente el Sol aparezca ligado con el calor, el brillo, lo poderoso, lo intenso o fuerte, quizás pensemos en la idea de rey, todos rasgos que entre nosotros están asociados a lo masculino. En cambio, la Luna está comúnmente vinculada a cuestiones ligadas en nuestra sociedad con lo femenino, como el ciclo menstrual, lo delicado, lo suave, al agua, etc.

Aunque este esquema de asociaciones nos parezca natural u obvio, en otras sociedades y culturas americanas, no lo es. Éste es sólo un ejemplo de la diversidad de formas de relacionarse con el cielo articulando con supuestos construidos en torno a géneros y sexos.

Ante esto, la nota pretende abordar algunos ejemplos americanos de cómo tradicionalmente se han entendido el género y/o sexo de astros u otros rasgos o fenómenos celestes, analizados desde la astronomía cultural y otras ciencias sociales. Particularmente, nos acercaremos a dos regiones distanciadas geográficamente como Mesoamérica y el Chaco argentino. Dos regiones en las cuales encontramos entramados simbólicos ligados al espacio celeste que han sido ampliamente estudiados y, por ello, podemos contar con interesantes casos a citar.

 

La división binaria en la tradición mesoamericana: las dos partes del cosmos

La posibilidad de que el dualismo hombre/mujer, masculino/femenino haya existido en diversas culturas ha producido un histórico debate entre antropólogos, que discuten sobre el origen biológico y sociocultural de tal forma de clasificación. Más allá de los argumentos esgrimidos en el debate, debe tomarse en cuenta la diversidad de las concepciones, lo que hace sumamente interesante el estudio de cómo se han producido las divisiones taxonómicas en cada cultura o grupo humano.

Así, en el antiguo pensamiento mesoamericano, la pertenencia al apartado másculino o femenino del cosmos, formaba grupos de afinidades; así, lo femenino se vinculaba a la oscuridad, la tierra, lo bajo, la muerte, la humedad y la sexualidad, mientras que lo masculino estaba ligado a la luz, el cielo, lo superior, la vida, la sequedad y la gloria. Si la división era vertical, lo femenino quedaba abajo y lo masculino arriba; si era horizontal, en el eje este-oeste, quedaba lo masculino al este y lo femenino al oeste, mientras que en el eje norte-sur, el norte pertenecía a lo femenino y el sur a lo masculino. Estas categorías eran entendidas como recíprocamente dependientes y necesarias, en una relación complementaria, puesto que la existencia del mundo dependía del juego provocado por su oposición. 

Se piensa que las características más notorias del sistema clasificatorio mesoamericano fueron desarrollos surgidos de sociedades agrícolas. Estamos hablando de un pensamiento construido durante milenios por personas que trabajaron cotidianamente en el cultivo del maíz, pendientes del paso de las estaciones, esperanzadas y temerosas ante el carácter aleatorio de las lluvias y agudos observadores del mundo vegetal.

En este sentido, en Mesoamérica, el papel que desempeñaba el género de una persona cambiaba a lo largo de su vida. El género de los humanos se equiparaba con las plantas sobre todo con el maíz; así, una persona podía estar tierna, se volvía fértil, daba fruto, se marchitaba y se transformaba en semilla. Las maneras en las que las sociedades elaboraban los roles de género que correspondían a los humanos estaba fundadas en las metáforas sexuales que se atribuían a las múltiples fuerzas creadoras y destructoras. De este modo, en Mesoamérica, las personas vivieron en un cosmos animado por un incesante proceso de creación y destrucción. Basadas en su observación de esta dramática interacción de fuerzas opuestas palpables sobre todo con los ciclos estacionales, las sociedades mesoamericanas desarrollaron conceptos de géneros. Dicho de otra manera, establecieron expectativas respecto a los roles y comportamientos considerados adecuados particularmente para hombres y mujeres.

Cielo y géneros en mesoamérica

El modo en que los pueblos mesoamericanos vieron a los objetos y eventos de su mundo, entre ellos, animales, plantas, fenómenos meteorológicos y astronómicos, antepasados, muertos, dioses, espíritus, instrumentos y objetos, era diferente al modo en que las sociedades modernas ven las cosas. En este sentido, cuando los antiguos mesoamericanos observaban los astros en el cielo nocturno, no veían los objetos celestes cuyos movimientos obedecían las leyes de la física, sino a ciertas entidades anímicas dotadas del poder de actuar. El cielo nocturno no estaba separado de los humanos, constituyendo un espacio abstracto, homogéneo, independiente de los humanos o libre de cualquier condición humana, tal como fue el kosmos griego; al contrario, formó parte del mundo humano, dotado de signos y significados, que junto con todo el espacio físico circundante constituía el campo de relaciones sociales en mesoamérica.

De este modo, resulta lógico suponer que los antiguos mesoamericanos ordenaron los objetos y eventos percibidos en el cielo según los mismos principios que ponían en orden los demás fenómenos observados en la naturaleza y en su vida social. Así, el cielo mesoamericano fue poblado por entidades anímicas que sostenían las relaciones entre ellas mismas y con los humanos siguiendo las mismas reglas que las relaciones establecidas entre los mismos seres humanos. Estas entidades en ciertos contextos actuaron como si fuesen agentes con los cuales vincularse en términos de parentesco, u otras alianzas sociales o de poder.

No extraña entonces, que los cuerpos celestes, asterismos, constelaciones o estrellas se percibieron en términos de entidades anímicas ligadas a un género y/o sexo. Dependiendo del contexto y de las prácticas sociales que definen una interacción específica, estos objetos celestes fueron vistos como entidades sexuadas que compartieron los mismos patrones de conducta que tradicionalmente se asignaba a los roles que los géneros tuvieron entre los humanos. 

Sol

En Mesoamérica el Sol es de sexo masculino. La observada trayectoria diurna del Sol en la bóveda celeste produjo una imagen de la vida humana después de la muerte y una importante articulación con las estructuras de poder en el contexto social mesoamericano. Se creía que cada día el Sol joven y fuerte se levantaba por el oriente y el Sol envejecido se ponía por occidente. Durante la noche el dios solar (identificado con el llamado Dios Jaguar del Inframundo) viajaba por el Inframundo para reaparecer una vez más en la mañana. Simbólicamente hablando, un gobernante maya, un ajaw, al morir descendía al Inframundo siguiendo el curso del Sol viejo del poniente, mientras que su sucesor ascendía al poder de igual manera que el Sol joven reaparecía por el oriente. Es decir, las imágenes del dios solar joven y anciano fueron utilizadas como modelos para reafirmar una continuidad genealógica del linaje gobernante.

Durante el periodo Clásico (250 – 900), los gobernantes mayas agregaban el nombre de K’inich Ajaw, el Dios Solar, a sus títulos o nombres reales. El nombre del Sol era k’in designando “sol”, “día”, y también “tiempo”, “día festivo”, ”calor” o “ira”. El calor es una calidad vital que deriva en última instancia del Sol, pero también se acumula con la edad, sobre todo proviene de la acumulación de los oficios y funciones que una persona realiza a lo largo de su vida. En el contexto contemporáneo mesoamericano, cuando el Sol es asociado con lo masculino, se lo identifica con el Dios Padre o con Jesucristo. En ocasiones la imagen del padre aparece confundida con Cristo. Es interesante hacer notar que en Mesoamérica se desconoce la figura del Sol femenino.

Luna

En Mesoamérica Luna se concibe como un ser femenino. A finales del periodo Clásico y durante el Posclásico (900-1542), los mayas resaltaron el carácter ambivalente de la Luna, adscribiendo dos figuras femeninas a dos importantes fases de su ciclo. La Luna creciente fue asociada con una diosa joven, llamada Ixik Kaab’, “Señora de la Tierra”, mientras que la Luna menguante fue representada por una diosa vieja, conocida como Chak Chel, “Horizonte Rojo”. La diosa joven traía la fertilidad y la humedad a la tierra, la vieja diosa lunar fue encargada de velar sobre los embarazos y partos y de patrocinar a las tejedoras, parteras y adivinas. No obstante, durante el Clásico maya la Luna llena fue considerada como una especie de Sol nocturno, simbolizado por la figura del jaguar y el género masculino.

En la actualidad la Luna se identifica con la Virgen o Madre Vieja. En general, la Luna es una figura femenina, no obstante, la Luna cambia de género durante la fase de la Luna llena cuando es percibida como un ser masculino (como en el caso de los quichés de Momostenango, Guatemala). Según otros relatos la Luna femenina es durante la fase creciente y se transforma en un ser masculino durante la fase menguante (los choles de Buena Vista, México). En este contexto, el género de la Luna es, en muchos casos, ambivalente. Aunque en la actualidad la Luna se identifica con la Virgen, también se cree que tiene el género masculino y mantiene relaciones sexuales con las mujeres (así es entre los otomíes, entre los totonacos y los zapotecos). No debe extrañar que al ser el único astro que aparece tanto en la noche (en su fase creciente) como en el día (en su fase menguante) la Luna muestra cierta ambivalencia sexual y/o de género.

Relaciones de parentesco entre Sol y Luna

En las Tierras Bajas mayas y en la península de Yucatán predomina la opinión de que el Sol y la Luna forman una pareja. O sea, ambos astros se perciben como maridos. Este concepto está presente entre los zoques de los estados mexicanos de Chiapas, Oaxaca y Tabasco. Sin embargo, en Chiapas también se cree que la Luna es la madre del Sol, ya que ambos astros fueron identificados con las figuras cristianas de la Virgen María y Jesucristo respectivamente; concepto que también sigue siendo muy popular en Mesoamérica. Conviene observar además, que en esta región persiste una diferente tradición mitológica según la cual el Sol y la Luna son considerados como hermanos (por ejemplo, en el mito de la maya guatemalteco de la creación del Sol y de la Luna).

Estrella de la mañana/estrella de la tarde

En Mesoamérica la “Estrella de la Mañana” o Venus en su período matutino, estaba asociada con lo masculino. Este planeta comenzó a ser representado por una entidad antropomórfica dotada de agencia a finales del Clásico (siglos VIII y IX) por ejemplo en El Tajín, una zona que se encuentra cerca de la ciudad de Papantla, Veracruz, México. 

Así también, el simbolismo tolteca representa al dios Quetzalcoatl como persona vieja, débil y enferma que emprende el viaje para reaparecer en el cielo matutino bajo la figura de la Estrella de la Mañana. Por su lado, Xolotl, el hermano gemelo de Quetzalcoatl está conectado con la idea de la muerte y del Inframundo y posee los rasgos que lo identifican con la Estrella de la Tarde o Venus en su período vespertino.

Roles sociales de los astros sexuados en mesoamérica

Existen muchos más casos a discutir, no obstante la evidencia sobre los pueblos prehispánicos no es completa. Los grupos más conocidos y estudiados que hasta aquí hemos citado fueron los mayas de diferentes regiones y los grupos que vivieron o viven en el Centro de México, Veracruz, Chiapas u Oaxaca (nahuas, totonacos, otomíes, zapotecos, mixtecos, zoques).

De acuerdo con las tradiciones mesoamericanas, el cielo es interpretado conforme a la idea de que el brillo de los astros refleja su poder. El Sol, la Luna y el planeta Venus son los tres astros más brillantes y al mismo tiempo los tres cuerpos celestes que más han llamado atención de los mesoamericanos. En este contexto, es interesante notar que sólo estos tres astros fueron sexuados. La información sobre otros planetas es escasa y de ninguna manera denota intentos de atribuirseles género. Sin embargo, es posible que algunas constelaciones del cielo nocturno fueran consideradas como sexuadas, pero faltan datos sistemáticos para confirmarlo. Según algunos estudios, la Vía Láctea puede desdoblarse en una entidad masculina (Mixcoatl) o una entidad femenina (Citlalinicue o Citlalcueitl). Puede que esta ambivalencia de género se deba al movimiento observable de la Vía Láctea que durante la noche continuamente desplaza su orientación sobre el horizonte. 

Evidentemente, los valores culturales tradicionalmente asignados a los astros corresponden de acuerdo al esquema de clasificación de géneros en Mesoamérica. Las narrativas míticas representan a los astros de manera humana, viven en las chozas, trabajan en los cultivos de maíz, tienen las necesidades de comer, dormir, tener relaciones sexuales, es decir, se comportan siguiendo las pautas de los roles sociales estereotipados que caracterizan los grupos humanos que transmiten o reproducen estos mitos. Desde un punto de vista que considere su rol social, cabe entonces la posibilidad de que los astros sexuados no solo representan los valores tradicionalmente asignados al género, sino también, refuerzan las nociones de la división del trabajo y de los roles sociales de acuerdo al género. Al ser la Luna la imagen prototípica de la mujer mesoamericana, su relación con el Sol, el ser masculino, era vista como un modelo de las relaciones mujer-hombre/masculino-femenino; y como afirma el arqueólogo Stanislaw Iwaniszewski, puede deducirse que esta visión del mundo exhibe el cosmos controlado por los hombres.

 

El cielo, lo femenino y lo masculino entre grupos aborígenes chaqueños

Mujeres, estrellas y el cielo como espacio femenino

En muchos grupos chaqueños se encuentran ampliamente difundidas conceptualizaciones que ligan al cielo como un espacio fuertemente ligado a lo poderoso, a la abundancia, a la fertilidad y al frío. Todos aspectos asociados a lo femenino entre diferentes grupos étnicos chaqueños como tobas, wichí y mocovíes. En concordancia con lo descrito, la totalidad de las estrellas son pensadas como mujeres, incluyendo al Sol, la Sol, un cuerpo sumamente brillante, fuente de abundancia y, por eso, con mucho poder.

Así también, en el plano narrativo, está ampliamente presente entre estos grupos humanos que el origen mitológico de las mujeres es eminentemente estelar; las mujeres son seres que venían desde el cielo hasta la tierra para alimentarse, y se quedaron aquí por la acción de los hombres/animales primigenios. Estos hombres/animales primigenios iban a cazar, llevaban lo que habían recolectado en el monte al campamento y ahí lo dejaban. Cuando ellos se retiraban las mujeres descendían del cielo, se lo comían y regresaban. Avisados por un jefe, cada uno de los hombres/animales primigenios urdió diferentes estrategias para encontrar a alguna de las mujeres y adoptarla como esposa. Pero los hombres primigenios no podían tener relaciones sexuales con las mujeres porque ellas tenían dientes en la vagina y también comían por allí. Pero hubo uno de los hombres/animales, el zorro, que tenía conocimiento de esta segunda “boca” y con una piedra rompió los dientes de todas las vaginas dentadas. A partir de ese momento, los hombres pudieron tener relaciones sexuales con las mujeres

De este relato mítico fuertemente presente entre los grupos chaqueños se desprende que las mujeres, en sus orígenes, eran seres celestes, pero que no se quedaron en la tierra por voluntad propia. Las mujeres debieron ser domesticadas, humanizadas. Se las obligó a estar aquí y es por medio del zorro que el resto de los hombres acceden a tener relaciones sexuales con ellas. Así, finalmente las mujeres se convierten en esposas, se posibilita el matrimonio y los hombres pueden comenzar a tener hijos con ellas.

Pero el mundo de las conceptualizaciones cosmológicas no constituye el único sostén de expresión simbólica del imaginario asociado con las estrellas entre las sociedades chaqueñas. Como tantos otros aspectos simbólicos, este motivo suele materializarse a través de los juegos de hilo, que más allá de su función lúdica permiten codificar un medio de significación característico de los indígenas chaqueños. Hasta hace poco tiempo, estas figuras parecen haber sido uno de los escasos medios de expresión gráfica de estos pueblos. Particularmente entre los toba del oeste formoseño había juegos que solían representar a las estrellas, y entre ellos están los que siguen:

Representación del juego de hilos presente entre los pilagá del Pilcomayo asociado con el asterismo denominado Dapici’ – Las Pléyades. Crédito: Gómez y Braunstein (2020).

 

Representación del juego de hilos presente entre los pilagá del Pilcomayo asociado con el asterismo denominado Yacaynadi – el Cinturón de Orión. Crédito: Gómez y Braunstein (2020).

 

Es sumamente interesante resaltar que los rombos de los diseños trazan la imagen de una vagina (órgano femenino por excelencia entre estos grupos humanos), cuyos dientes, retomando el relato mitológico, el zorro debe quebrar para domesticar a las mujeres primordiales y hacer posible la coexistencia terrestre de los géneros masculino y femenino. Como dijimos, en algún punto la cosmología tradicional sigue conceptualizando a las estrellas como mujeres, lo cual posee no pocas implicancias a la hora de comprender los paralelismos entre el microcosmos femenino y la praxis sociológica cotidiana de las comunidades indígenas chaqueñas.

 

Las mujeres y el Luna entre los tobas del oeste formoseño

Desde los trabajos de investigación realizados por antropólogos europeos que desde principios de siglo XX se relacionaron con distintos grupos étnicos presentes en el Gran Chaco sudamericano, se registra que los cuerpos celestes, al igual que algunos fenómenos naturales, eran considerados por los tobas como serviciales o peligrosos. Además, en aquellos primeros trabajos se recoge que los tobas entendían que la Luna periódicamente moría y que era conceptualizada como un ser masculino. Estas afirmaciones no son contradictorias con lo relatado actualmente por los tobas del oeste formoseño. Entre estas personas, las fases de la luna revelan un desarrollo particular, no hay un término exacto para designar cada una de ellas; sin embargo, salvo que hagan una traducción del término en castellano, en general se las describe como si se refirieran al ciclo vital de un ser vivo. Es precisamente por eso que se considera que Luna “no es como como las estrellas”, pues cumple con etapas del ciclo vital. 

 

Representaciones de las posiciones relativas de la Luna y el Sol en el cielo en diferentes períodos de su ciclo de fases, sobre una bóveda celeste con un observador localizado en su centro. Cada una de estas posiciones de Luna son asociadas por aborígenes chaqueños a distintos períodos de su ciclo vital. Izquierda: Juventud de Luna. Aproximadamente durante el ciclo creciente del período de fases, “luna tierno” o “luna pequeño/joven”. Centro: Madurez de Luna. Durante algunos días alrededor del período de luna llena, “luna duro”. Derecha: Vejez de Luna. Aproximadamente período menguante del ciclo de fases, “luna anciano/viejo”. Muerte de Luna. Últimos días del período menguante, “luna muerto”. Crédito: Cecilia Paula Gómez.

Por otro lado, en el plano narrativo Luna es un ser masculino que lleva a cabo la conformación mitológica de las mujeres tobas. Luna es el primer hombre de todas las mujeres. El mito de las relaciones sexuales entre Luna y las mujeres que tienen su primera menstruación puede todavía escucharse entre tobas; de hecho, las madres les dicen a las jovencitas, cuando acontece su menarca, que “Luna la provocó”. Según la tradición toba Luna es la responsable de la conformación mitológica de la feminidad, así las madres suelen decir: “tu primer hombre es Luna”. Así también, otras mujeres explican: “como que Luna me violó”. A ello se agrega, seguramente, el hecho de que la fase lunar en la que una joven tuvo su período por primera vez será aproximadamente la misma a medida que pasen los meses, pues las mujeres tobas dicen: “esa es mi luna”. La posición de la luna en el cielo y su forma o fase será la manera en la que se registrará el ciclo menstrual de cada mujer toba. Por ejemplo, así sabrán si están embarazadas, cuando nacerá su bebé y también se podrá predecir si una muchacha tendrá un esposo joven o viejo.

En este sentido, Luna replica en el plano simbólico la actuación mítica del zorro (quien cumple las funciones del “héroe cultural”). Recordemos que gracias a la intervención del zorro, las mujeres, quienes en un principio eran seres celestiales, no tuvieron dientes en sus vaginas. Entonces, por intermedio de este personaje mitológico los hombres pueden tener esposas y también gracias a él la humanidad puede reproducirse.

Asimismo, es interesante resaltar el rol celeste en la construcción de la feminidad entre los tobas, la cual es también marcada por otros factores socioculturales. Pero la primera menstruación que provoca Luna marca con nitidez una distinción claramente destacada en lo conceptual dado que a nivel social no se trata de un acontecimiento más. La niña no sólo ha adquirido todos los conocimientos necesarios, sino que socialmente es reconocida como una mujer en condición casadera. 

Venus, la mujer estrella

Entre los grupos indígenas chaqueños, Venus o el popular “lucero” de la tarde o de la mañana, es asociado al mito de “la mujer estrella”. En algunos casos Venus sería cónyuge de Luna, hermano de Sol, y en algunas parcialidades étnicas existe la denominación wéla lch´ehwá (esposa de Luna) pero sólo cuando se la observa junto a la luna al atardecer o al amanecer. Según algunos registros etnográficos, Venus era objeto de cierto culto, tal vez debido a su carácter de esposa de Luna, y particularmente en algunos mitos se destaca la relación de Venus con prodigios de fertilidad. Existe uno muy difundido y presente en los complejos étnicos wichí y toba, en el que se relata la historia de “la mujer estrella” que en tiempos mitológicos desciende a la tierra para unirse a un hombre que hasta entonces era despreciado por todos y al cual colma de bienes. Una de las versiones del mito dice que ella se apiada y vive con el hombre, quien desde ese momento comienza a ser respetado y codiciado por el resto de las mujeres. Cuando se carecía de alimento, la mujer lo proveía de un modo mágico. Pero la condición que imponía al hombre y su familia era que nadie viera cómo realizaba el prodigio. El día en que transgredieron su orden, ella regresó al cielo. Hasta allí la persiguió el hombre. Sin embargo el lugar en que vivía la estrella, en muchas versiones hija de sol, era muy frío y los fogones explotaban y no daban calor. El hombre se acercó a atizar el fuego y murió. La estrella juntó sus huesos que regresaron a la aldea por medio de un ave. Volviendo a los registros materiales de estas conceptualizaciones, la figura de hilo que representa a Venus en la mayoría de estos pueblos chaqueños es un rombo sencillo, simbolizando una vagina.

A modo de cierre

Hasta aquí nos hemos acercado a diferentes conceptualizaciones  presentes entre grupos sociales y culturales representativos de dos grandes regiones de América, fundamentalmente ligadas al plano celeste. Prestando especial atención a las asignaciones de género y/o sexo simbólicamente asociadas a varios objetos, rasgos y fenómenos observados en el cielo; hemos visto cómo Sol, Luna, Venus, la Vía Láctea y las estrellas en general, presentan vínculos importantes con lo que en aquellos grupos sociales es entendido como famenino o masculino, o asociado con los hombres o las mujeres. 

En muchos de estos casos, los esquemas de  asociaciones a ciertos géneros nos resultan algo distintos en comparación a los nuestros, denotando por ello cómo las construcciones en torno al género y sexo son productos social y culturalmente situados.

Por otra parte, como ha sugerido el gran antropólogo francés Lévi-Strauss: “Del sol y la luna puede decirse la misma cosa que de los innumerables seres naturales que manipula el pensamiento mítico: no trata de darles un sentido; se significa por ellos”. Siguiendo esta máxima, los significados simbólicos enlazados con las estrellas, la luna o Venus, expresan de forma codificada las prescripciones y mandatos sociales relacionados con lo femenino o lo masculino, con la mujer o el hombre. Esta estructura corresponde a un entramado simbólico que, lejos de limitarse a un plano representacional, se liga con regulaciones sociales, con clasificaciones y esquemas “hechos carne” que se reflejan en la forma de actuar de las personas, en su actitud corporal, en su tono de voz e incluso en otros gestos corporales, y también tareas o trabajos tradicionalmente desarrollados.

Fuentes

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-Gómez, Cecilia P. (2010b). La luna y la feminidad entre los tobas del oeste formoseño (Gran Chaco, Argentina). Campos. Revista de Antropología Social de la Universidade Federal do Paraná – UFPR (Brasil) 11/1, 47–64

-Gómez, Cecilia P. & Braunstein, José (2020). Cielo y juegos de hilo. Representación de la temporalidad cíclica entre los pilagá del Pilcomayo. REVISTA DEL MUSEO DE LA PLATA, Volumen 5, Número 2: 602-617.

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-Iwaniszewski, Stanislaw. (2016) El género entre los cuerpos celestes en Mesoamérica. Memorias de las Jornadas de la Sociedad Interamericana de Astronomía Cultural, San Cosme y Damián, Paraguay.

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-López Austin, Alfredo. (1998). “La parte femenina del cosmos”, Arqueología Mexicana, núm. 29, pp. 6-13.

-Milbrath, Susan (1995). Gender and Roles of Lunar Deities in Postclassic Central Mexico and Their Correlations with the Maya Area. Estudios de Cultura Nahuatl, 25: 45-93.

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-Tate, Carolyn E. (1999). Writing on the face of the moon: women’s products, archetypes, and power in ancient Maya civilization. En: Manifesting Power: Gender and the interpretation of power in archaeology, editado por T.L. Sweely, 81-192. Routledge, London y New York.