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¿Observás algo distinto en estos días en relación a la ubicación del Sol en el cielo? Al mediodía ya no está tan alto como a comienzos del año, los días comenzaron a ser más cortos y las noches empezaron a volverse un poquito más largas. Esto significa que el verano en nuestro hemisferio está llegando a su fin. De hecho, tradicionalmente entendemos que el otoño comienza aquí con el equinoccio de marzo, que dicho sea de paso, este año particularmente ocurrirá el 20 de marzo a las 06:37 hs de Argentina.

Pero… ¿Qué son los equinoccios?

La palabra equinoccio se utiliza generalmente para referirse a los días en que, en cada punto de la Tierra, el día y la noche tienen la misma duración. Pero esta definición del equinoccio es un poco engañosa. Dado que el cielo comienza a iluminarse antes de que salga el sol y permanece claro hasta un poco después de la puesta del Sol, el período real de oscuridad en el equinoccio será sustancialmente inferior a doce horas, la cantidad exacta depende de la latitud y de cómo se define el momento límite entre el crepúsculo y la noche. Incluso es engañoso decir que los equinoccios son los días en los que el tiempo entre el amanecer y el atardecer es el mismo que el que transcurre entre el atardecer y el amanecer, porque esta definición asume un horizonte plano y la ausencia de efectos atmosféricos, particularmente la refracción de la luz al atravesar nuestra atmósfera gaseosa. En la práctica, no se puede determinar el equinoccio midiendo el tiempo entre el amanecer y el atardecer.

Desde una perspectiva astronómica, la definición de equinoccios es mucho más clara. Técnicamente representan las posiciones en la órbita terrestre donde el eje que une los dos polos de la Tierra no se inclina hacia el Sol ni se aleja de él. 

También es posible expresar una definición mucho más técnica ampliamente considerada en la astronomía, elaborada desde la perspectiva de un observador terrestre, utilizando los conceptos de esfera celeste y recurriendo al sistema de coordenadas astronómicas basadas en la proyección de un ecuador sobre aquella esfera celeste. Desde esta perspectiva, los equinoccios son definidos como los momentos en que el Sol, en su avance anual a través de la franja zodiacal del cielo, o más precisamente por su circuito anual por sobre las estrellas conocido como eclíptica, cruza el ecuador celeste (ver imagen inferior). Esto ocurre dos veces en cada año: en el equinoccio vernal u otoñal (para nuestro hemisferio austral), que generalmente cae alrededor del 21 de marzo en el calendario gregoriano; y en el equinoccio de primavera austral, siempre cerca del 21 de septiembre (por supuesto, la primavera y el otoño ocurren transpuestos en el hemisferio norte).

Esquema de esfera celeste elaborado desde la perspectiva de un observador en la Tierra, el cual históricamente ha servido en astronomía para definir conceptos como equinoccios y solsticios, ligados al movimiento aparente del Sol sobre la ecliptica o Zodíaco. Crédito: https://www.adivinario.com/images/zodiaco.gif

 

¿Por qué este equinoccio de otoño austral no se da el 21 de marzo?

Existen dos motivos astronómicos por los cuales el comienzo del otoño austral (que este año se da el 20 de Marzo) no siempre coincide con su popularmente asumida fecha del 21 de Marzo:

✔ La Tierra no tarda 365 días exactos en dar una vuelta completa alrededor del Sol, sino 325 días, 5 horas, 48 minutos y 45,51 segundos.

✔La órbita de nuestro planeta es una trayectoria ovalada que se llama elipse, y el Sol no está exactamente en su centro. Entonces, la distancia de la Tierra al Sol varía durante el año, así como su velocidad orbital, por lo que el tiempo que transcurre entre un solsticio y un equinoccio, o viceversa, van resultando de diferente duración.

¿Cómo se relacionan equinoccios y estaciones?

Ya dijimos que con el equinoccio de marzo comienza el otoño en el hemisferio sur, pero, ¿cuál es el proceso físico que genera este vínculo entre este fenómeno astronómico y las estaciones? O mejor, podríamos preguntarnos ¿por qué se suceden las estaciones?

Primero, recordemos que la Tierra da una vuelta completa sobre su eje de rotación en casi 24 hs. (23 horas, 56 minutos, y 4 segundos), y que también se traslada alrededor del Sol completando una revolución en un año o más precisamente en 365 días, 5 horas, 48 minutos y 45,51 segundos. Este último movimiento, denominado traslación, es realizado por la Tierra siguiendo una órbita elíptica que determina un plano, el plano de la órbita terrestre en torno al Sol.

Por otra parte, una característica interesante respecto a la rotación de la Tierra, es que el eje de este movimiento, el eje de rotación terrestre que simbólicamente atraviesa los polos, está inclinado cerca de unos 23,5° respecto al plano de la órbita de nuestro planeta en torno al Sol.

Aunque muchas veces hemos escuchado que el cambio de estaciones se produce por el cambio de la distancia de la Tierra al Sol; desde la astrofísica se entiende que la sucesión de las estaciones está ocasionada por fenómenos que generan la compleja combinación de la inclinación del eje de rotación de la Tierra respecto al plano de su órbita entorno al Sol, y este mismo movimiento de traslación. Esto va determinando que a lo largo del año los rayos de luz del Sol lleguen a un lugar dado de la Tierra con diferente inclinación, lo que provoca que la duración del día y la noche, como también la cantidad de energía (o calor) que recibimos y por la tanto la temperatura del lugar, vayan cambiando paulatinamente.

En los equinoccios, la Tierra ocupa una posición en su órbita tal que su eje de rotación no dispone que algún hemisferio se incline hacia el Sol ni se aleje de él. De este modo la energía solar que recibimos tanto en un hemisferio como en el otro es la misma, pero por efecto de la inercia térmica de nuestra atmósfera y también de la masa terrestre y de aguas, como un hemisferio viene del invierno (o verano) y el otro del verano (o invierno), se suceden períodos de tiempo o estaciones de transición entre el pleno verano y el pleno invierno, como son la primera y el otoño, respectivamente.

 

Esquema espacial del fenómeno de las estaciones. Credito: https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/f/f5/Estaciones_del_a%C3%B1o.png

 

¿Por dónde sale el Sol?

Fenómenos como los equinoccios nos dan la oportunidad de hablar de algo muy interesante y que tiene que ver con la variación anual de las posiciones del Sol observado sobre el horizonte. En este sentido, aunque siempre se dice que “el Sol sale por el Este y se pone por el Oeste”, en realidad esto sólo ocurre dos veces al año: en los días de los equinoccios (en marzo y septiembre). Eso sí, asumiendo que estuviéramos observando situados sobre el ecuador o desde un punto de la Tierra donde nuestro horizonte no presenta obstáculos o es plano.

¿Por qué sucede esto? A lo largo del año vemos que el Sol no sale todos los días exactamente por el punto cardinal Este, tal como algunas veces escuchamos decir. Esto es debido a la inclinación del eje de rotación de la Tierra y al movimiento de traslación de nuestro planeta alrededor del Sol.

Salvo en los equinoccios, durante el resto del año, el punto del horizonte por el que sale el Sol se desplaza hacia el sur del Este a lo largo de la primavera y el verano austral, y hacia el norte del Este durante el transcurso del otoño e invierno en nuestro hemisferio. A la vez, el sitio por el cual el Sol se pone día tras día a través de las estaciones, varía de la misma forma mencionada, con respecto al punto cardinal Oeste.

Este desplazamiento del punto de salida y puesta del Sol, alcanza sus máximos durante los solsticios de junio y de diciembre que en nuestro hemisferio Sur son, respectivamente, el día más corto del año (inicio del invierno), en el que el Sol a la vez se observa más bajo sobre el horizonte; y el día más largo del año (inicio del verano), en el que el Sol está más alto, lo que de nuevo se invierte en el hemisferio norte.

 

Salida del Sol

Serie de fotografías realizada por Alejandro Gangui en la Ciudad de Buenos Aires. Tomando como referencia la torre se puede observar cómo el punto del horizonte por el que sale el Sol se desplaza día tras día.

 

Los equinoccios desde la perspectiva de la astronomía cultural

Muchas veces hemos leído o escuchado que los equinoccios eran fenómenos relevantes para muchos grupos humanos de la antigüedad o a lo largo de la historia, pero ¿es esto realmente así? Veamos qué tiene para decirnos la astronomía cultural al respecto.

Para empezar, el concepto de equinoccio, en el sentido en que los astrónomos usan el término hoy, era algo natural para los astrónomos de la Grecia helenística, ya que estaban intentando desarrollar modelos geométricos para describir el movimiento del Sol, la Luna y las “estrellas errantes” o planetas, que se ajustaran a los datos de observación disponibles. Por ejemplo, Hiparco en el siglo II a. C. desarrolló un modelo del movimiento del Sol alrededor de la Tierra en el que el éste orbitaba en un círculo a velocidad uniforme, pero la Tierra estaba desplazada del centro del círculo. 

Si estuviéramos en el lugar de Hiparco, abordando el problema geométricamente, entonces naturalmente podríamos proceder de la siguiente manera. Primero, dibujemos un círculo para representar la órbita del Sol alrededor de la Tierra. Luego dividámoslo en cuatro puntos (los solsticios y equinoccios). Posteriormente consideremos la mejor manera de determinarlos mediante la observación. A continuación, midamos los intervalos de tiempo entre ellos (lo que lleva al hallazgo de que no son uniformes). Finalmente, intentemos encontrar una forma de modificar el modelo geométrico planteado (de órbita como círculo perfecto) para que se ajuste a las observaciones. El objetivo de este ejercicio es mostrar que, si bien los equinoccios entran en este proceso de pensamiento particular de manera bastante natural, esto se debe solo a que estamos abordando el problema de una manera geométrica. 

¿Y si, al igual que muchas otras sociedades humanas del pasado, especialmente el pasado prehistórico, así como el presente indígena, no estuviéramos inclinados a intentar comprender o explicar el cosmos utilizando modelos geométricos? En otras palabras, ¿cuán relevante es el concepto de equinoccios entre otras culturas o sociedades en general?

A veces el problema es metodológico, pues, suponiendo que el fenómeno es o ha sido relevante para determinada sociedad, profesionales o aficionados con interés en la arqueoastronomía, procuran abordar y comprender las ideas o manifestaciones simbólicas en relación a los equinoccios. 

Para agregar una complicación más, cuando investigadores del campo usan el término equinoccio en un contexto cultural particular, comúnmente no se refieren al equinoccio que define la astronomía académica, sino al punto medio entre los dos solsticios. Desafortunadamente, esto, como la definición de “día y noche”, es problemático en la práctica. Para empezar, uno podría significar el equinoccio en un sentido espacial, vinculándolo con el punto medio del recorrido del Sol sobre el horizonte a lo largo del año, o el equinoccio en un sentido temporal, ligando este último con el punto medio en el tiempo transcurrido entre solsticios consecutivos. El primero de estos significados podría identificarse, por ejemplo, observando los puntos de salida del sol en los dos solsticios y luego marcando el día en que sale a la mitad de camino entre ellos. El segundo implicaría contar el número de días entre los solsticios de verano e invierno próximos, y luego contar la mitad de ese número de días. En el caso del punto medio espacial, a menos que uno esté observando cerca del ecuador, el Sol no sale verticalmente sino con un ángulo de inclinación. Esto significa que, a menos que el horizonte sea suave y plano, el «amanecer equinoccial» resultante podría estar distante del punto cardinal Este o verdadero equinoccio. El punto medio temporal o “equinoccio temporal” es menos problemático, ya que es independiente del lugar de observación, lo que nos facilita detectar si en la antigüedad algunas sociedades construían estructuras arquitectónicas alineadas consistentemente al amanecer (o al atardecer) en esa fecha. El ingeniero Alexander Thom, uno de los pioneros en el estudio arqueoastronómico del sitio de Stonehenge, sí creía que el “equinoccio temporal” era ampliamente conocido en la Gran Bretaña prehistórica y estaba marcado por alineaciones de monumentos megalíticos. Por esta razón, en la jerga de los especialistas en astronomía cultural, el día a la mitad del tiempo transcurrido entre los solsticios a veces se denomina “equinoccio de Thom”.

 

Stonehenge es un monumento prehistórico en la llanura de Salisbury en Wiltshire, Inglaterra. Consiste en un anillo exterior de piedras verticales de Sarsen, que pesan alrededor de 25 toneladas, rematadas por un dintel de piedras horizontales. En el interior hay un anillo de piedras azules más pequeñas, a la vez trilitones independientes, y dos Sarsens verticales más voluminosos unidos por un dintel. Integra un complejo de monumentos neolíticos y de la Edad del Bronce en Inglaterra, incluyendo varios cientos de túmulos funerarios. Los arqueólogos creen que se construyó entre el 3000 a. C. y el 2000 a. C. Crédito: https://es.wikipedia.org/wiki/Archivo:Stonehenge,_Condado_de_Wiltshire,_Inglaterra,_2014-08-12,_DD_02.JPG

 

Asimismo, cuando se encuentran alineaciones monumentales que miran cerca de los puntos cardinales Este y Oeste, como los dos pasajes en la tumba de Knowth en el Valle de Boyne en Irlanda, a menudo se asume que son equinocciales en el sentido de “a medio camino entre los solsticios”. 

 

Vista aérea del sitio de Knowth en el Valle de Boyne, Irlanda. Crédito: https://es.wikipedia.org/wiki/Knowth#/media/Archivo:Dowth_Passage_Tomb_2.JPG

 

Ciertamente es más fácil argumentar sobre bases pragmáticas que el equinoccio “a mitad de camino” en lugar del verdadero o astronómico fue el considerado en tiempos prehistóricos, ya que el punto medio (ya sea en el espacio o en el tiempo) podría haber sido identificado usando observaciones directas del lugar en cuestión. Sin embargo, esta explicación deja abierta la cuestión de cómo podría haberse logrado esto en la práctica y con qué precisión. Identificar el equinoccio temporal, por ejemplo, requiere un sistema eficiente de registrar o memorizar números de días hasta por lo menos 180, y presupone que los solsticios pueden haberse definido con precisión, lo cual no es evidente por sí mismo. Esto es bastante diferente de sugerir, por ejemplo, que las comunidades del pasado ubicadas en latitudes templadas pueden haber dividido el año estacional en dos partes principales, reconociendo y celebrando el comienzo de las mitades del verano y el invierno en momentos que se aproximan a los equinoccios. La cuestión es si el equinoccio existió como un concepto significativo para ellos y, por lo tanto, constituiría un concepto significativo para investigadores del campo de la astronomía cultural para tratar de explicar, por ejemplo, las alineaciones de sus construcciones monumentales hacia el Este o hacia el Oeste.

Esta pregunta lleva a otra pregunta fundamental. Incluso si ciertas sociedades humanas en el pasado tuvieran los medios técnicos para determinar con precisión el punto medio entre los solsticios, ya sea en el espacio o en el tiempo, ¿es probable que hayan tenido la motivación o interés para hacerlo? 

La evidencia histórica y antropológica sugiere que la respuesta, en la mayoría de los casos, es no. A juzgar por ejemplos historiográficos y etnográficos, la norma siempre ha sido que las sociedades tradicionalmente identificaban fechas significativas en un contexto local, como en un calendario ceremonial relacionado con actividades productivas estacionales. También se ha logrado evidenciar que tradicionalmente se prestaba interés a fenómenos ligados a un significado ceremonial, digamos, al día en que el Sol sale o se pone en línea con un rasgo relevante en el paisaje visible, como una montaña sagrada: un ejemplo de esto ocurre en la antigua ciudad maya de Cacaxtla, en México. En este caso, el palacio de Cacaxtla, construido en el siglo VII d.C en la cima de una colina, estaba intencionalmente ubicado para mantener una alineación preexistente que conectaba La Malinche, un pico volcánico prominente que sigue siendo importante hoy como fuente de lluvia y símbolo de fertilidad, con un sitio ceremonial más antiguo localizado en el mismo lugar que el palacio. Las épocas del año en que el Sol salía detrás de esta montaña de Cacaxtla y otros templos en la alineación, marcaban dos importantes festivales calendáricos y momentos de peregrinaje ritual. Las celebraciones sobreviven, hasta el día de hoy, en forma de fiestas cristianas.

 

Vista de un sector del sitio arqueológico maya de Cacaxtla, en México. Crédito: https://www.flickr.com/photos/139888281@N08/30232091167/

 

El punto es que el espacio y el tiempo generalmente no se conciben en abstracto, como en la tradición científica moderna, sino en relación con objetos y eventos percibidos físicamente. Distinto es el caso de los solsticios, los cuales son físicamente discernibles (con cualquier precisión) como los días en que la duración del día y la noche es más larga o más corta. Además, los puntos solsticiales de salida y puesta del sol tienen un significado concreto en cualquier paisaje como los límites del movimiento del Sol y los límites de aquellas partes del horizonte donde el Sol puede salir o ponerse. Los equinoccios y las posiciones de la salida y puesta del Sol equinocciales, por otro lado, no tienen un significado inherente. La división en dos partes iguales sólo tiende a parecerle al investigador moderno una forma obvia de subdividir el arco del horizonte donde sale el Sol, o el tiempo entre los solsticios, porque percibe el espacio y el tiempo de una manera abstracta desde el primer momento de encarar su investigación, a raíz de manejar un sentido común construido en el contexto científico académico moderno, desde hace tan solo un par de siglos.

El hecho de que el equinoccio, sin embargo, haya adquirido una importancia litúrgica crucial dentro del mundo cristiano en relación con el momento de la Pascua es atribuible a las raíces de esa tradición en el mundo clásico de la antigüedad. Las dificultades para reconocer y marcar el equinoccio en la época medieval eran considerables, y esto se refleja en el proceso y la práctica de orientar las iglesias hacia el punto cardinal Este o de salida del Sol en un equinoccio.

Pero aparte de la tradición cristiana, la evidencia que muchas veces académicos esgrimen de que la gente en el pasado estaba directamente interesada en el equinoccio (sin importar cómo se definiera) y las alineaciones equinocciales intencionales, es bastante escasa, por no decir nula. 

Por ejemplo, al analizar estadísticamente los patrones de orientación de los grupos locales de templos y tumbas prehistóricas en Europa, en lugar de simplemente estudiar sitios individuales, la evidencia sugiere un claro interés en los movimientos del Sol, manifestado de muchas maneras diferentes en diversos lugares y tiempos, pero sin una clara preferencia por las alineaciones equinocciales. Cruzando el océano, en Mesoamérica, a modo de dar otro ejemplo, el sector oriental del horizonte fue en sí mismo de fundamental importancia, y existe evidencia convincente de que los calendarios de horizonte desarrollados por mayas y mexicas, entre otros, marcaban la salida del Sol en diferentes fechas del año contra hitos de referencia topográficos. Sin embargo, hay poca o ninguna evidencia directa de alineaciones equinocciales precisas. A pesar de esto, algunos investigadores continúan argumentando que los puntos de referencia topográficos podrían haberse utilizado para marcar divisiones iguales del año en cuartos u octavos.

Al tratar de interpretar las orientaciones de estructuras antiguas, se ha vuelto común aplicar un «juego de herramientas» de posibles objetivos astronómicos en los que el amanecer y el atardecer en los solsticios y equinoccios aparecen invariablemente en la parte superior de la lista. Un problema es que el término «equinoccial» a menudo está mal definido y se usa con demasiada frecuencia simplemente como una etiqueta conveniente para las alineaciones Este-Oeste. Generalmente se considera evidente (o implícitamente asumido) que el equinoccio fue un concepto significativo, cualquiera que sea la sociedad humana de la que se hable, y por lo tanto, el amanecer o el atardecer en esa fecha fue un posible objetivo para las orientaciones de templos, tumbas u otras estructuras arquitectónicas. De hecho, fuera del marco de la tradición científica occidental moderna (que tiene sus raíces en la tradición geométrica griega), está lejos de ser evidente en la mayoría de los casos que el equinoccio tuviera alguna importancia.

En conclusión, lo que nos dice la astronomía cultural acerca de las relaciones que diferentes grupos humanos han establecido con los equinoccios, es que estos fenómenos en particular, quizás más que cualquier otro concepto astronómico, demuestran los peligros de aplicar construcciones de pensamiento occidentales y modernas con demasiada rapidez y de manera acrítica, al interpretar las ideas o los restos materiales de los grupos humanos del pasado o de otras tradiciones. Por ello, es esencial desnaturalizar conceptos que son particulares de nuestros propios sistemas de conocimiento, si queremos comprender las acciones que surgen como resultado de la mentalidad de otros grupos humanos con esquemas cognitivos diferentes.

Fuentes:

-McCluskey, S. C. (2015). Astronomy in the Service of Christianity. In RUGGLES, Clive (Ed.): Handbook of Archaeoastronomy and Ethnoastronomy. New York: Springer, 165-180.

-Ruggles, C. L. N.  (2005). Ancient astronomy: an encyclopedia of cosmologies and myth. Santa Barbara: ABC-CLIO, Inc., 148-152.

http://www.hidro.gov.ar/observatorio/InformacionAstronomica.asp?op=4