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El 19 de abril de este año se cumplen 139 años de la muerte de Darwin, el científico que acreditó la selección natural como base de la evolución de las especies. En este articulo te contamos vida y obra de la persona que revolucionó las ideas sobre la evolución de las especies. Como él mismo escribe en su la etapa escolar le resultó un desperdicio. Pero su interes por la historia natural y sus horas de exploración en el campo, lo llevaron a ser reconocido como el científico más influyente de la época y hasta la actualidad. 

Su pasión por la naturaleza lo llevó a zarpar  en un barco el 7 de diciembre de 1831 desde Devonport (Plymouth, Inglaterra) para comenzar un viaje por el mundo. Conoció las islas del Pacífico, donde se fascinó con los invertebrados marinos, Cabo Verde (África) donde se deleitó con las formas y colores que le ofrecía la diversidad tropical. También pasó por Bahía, (Brasil) y se indignó ante las costumbres esclavistas. Sin dudas su viaje por Argentina fue especial. Cabalgó diversas regiones del territorio argentino junto a los gauchos. En las costas de nuestro país se sorprendió con la gran cantidad de fósiles que encontraba. Entre todos ellos, halló los huesos del Megatherium y Glyptodonte, mamíferos gigantes extintos, siendo la primera prueba fósil sobre la mutabilidad de las especies y motivando la posterior elaboración de su gran teoría. 

Sin embargo, no todas las excursiones pudieron realizarse como había planeado debido a su estado de salud. Hay quienes aseguran que contrajo Chagas, ya que habría estado en contacto con estos insectos e incluso se habría dejado picar por uno de ellos, llevado por su curiosidad científica. A partir de entonces, las dolencias lo acompañaron hasta el final de sus días. 

Sus primeros pasos 

El 12 de Febrero de 1809, en la ciudad de Shrewsbury, Inglaterra, nacía uno de los grandes científicos de la historia: Charles Robert Darwin. Fue criado en una familia acomodada, muy unida y con clara tendencia a los pensamientos críticos, creativos y científicos. A los 8 años, ya mostraba un interés innato por la historia natural y la colección de ejemplares. Como él mismo relata en su biografía, “Trataba de descifrar los nombres de las plantas, y reunía todo tipo de cosas, conchas, lacres, sellos, monedas y minerales”.

 

 

Susannah Darwin (1765–1817), era la esposa de Robert Darwin, un médico rico, y madre de Charles Darwin, y parte de la familia de cerámica de Wedgwood.

Robert Waring Darwin, (30 de mayo de 1766 – 13 de noviembre de 1848), estudió medicina en la Universidad de Leiden (Países Bajos) y con tan solo 20 años recibió su doctorado en medicina por la Universidad de Edimburgo.

Si bien era un mal alumno y la etapa escolar le resultó un desperdicio de tiempo, logró cultivar sus intereses y afectos aprovechando las horas libres recorriendo el campo, cazando o leyendo. Además, en su juventud comenzó a concurrir a reuniones en sociedades científicas de renombre. Su gran inteligencia y carisma le permitieron entablar relación con reconocidos profesionales de las ciencias naturales y otros jóvenes de sus mismos intereses, “influyendo positivamente en mí, estimulando mi afición y proporcionándome nuevas amistades agradables”. Entre ellos, hubo dos profesores que se destacaron por su enorme influencia: Adam Sedgwick y J. S. Henslow. Sedgwick le inculcó el pensamiento científico deductivo para responder preguntas, y Henslow, no sólo le contagió su amor por la geología y enseñó la importancia de “las observaciones minuciosas e ininterrumpidas”, sino que le informó sobre el viaje del Beagle y le recomendó al capitán Robert Fitz Roy incluirlo como naturalista. Este viaje sería decisivo en la vida y obra de Charles.

El Beagle 

El 27 de diciembre de 1831, el Beagle zarpó de Devonport (Plymouth, Inglaterra) con Charles Darwin a bordo. Si bien a sus 22 años no poseía ninguna titulación en ciencias, sus intereses personales le habían acercado a la disciplina de diferentes maneras, llegando a acumular una gran experiencia. En el barco, su labor como naturalista era observar, registrar y recolectar todo lo que valga la pena en el campo de la geología, biología e historia natural en general. 

En Tenerife, diez días después de la partida, Charles comenzó con su trabajo y a partir de allí su viaje estaría repleto de fascinación, sorpresas y descubrimientos. En las islas del Pacífico se fascinó con los invertebrados marinos (“muchos… a pesar de estar en un lugar tan bajo de la escala de la naturaleza, son de formas exquisitas y ricos colores. Es admirable que se haya creado tan enorme belleza, al parecer, para tan poca cosa”) y comenzó  a poner en duda sus creencias ortodoxas. En Cabo Verde se deleitó con las formas y colores que le ofrecía la diversidad tropical, y comenzó a aplicar las teorías aprendidas en sus observaciones geológicas, así como formular las suyas propias. En Bahía, Brasil, se indignó ante las costumbres esclavistas, y en Botafogo, cerca de Río de Janeiro, comenzaría a realizar largas excursiones tierra adentro. A pesar de su marcado interés por la geología, diariamente tomaba muestras de todos los tipos y órdenes posibles (rocas, minerales, conchas marinas, corales, plantas y artrópodos). Tomaba minuciosas notas y anotaba todos los aspectos que le llamaran la atención. También pasaba sus ratos leyendo, realizando pequeños experimentos o preparando paquetes de muestras y escritos para enviar a Inglaterra. 

Ensenada de Botafogo, por Conrad Martens.

En Buenos Aires, Charles cabalgó en diversas regiones del territorio argentino junto a los gauchos. Contemplando la diversidad de flora y fauna en cada región, comprendió como la separación geográfica y las distintas condiciones de vida causaban que las poblaciones de animales y plantas varían independientemente unas de otras. En las costas de Argentina se sorprendió con la gran cantidad de fósiles que encontraba. Entre todos ellos, halló los huesos fósiles del Megatherium y Glyptodonte, mamíferos gigantes extintos, siendo la primera prueba fósil sobre la mutabilidad de las especies y motivando la posterior elaboración de su gran teoría. “Parecían tener alguna relación con especies actuales”, decía. Además, Charles observaba las llanuras patagónicas y los acantilados con sus estratos, extendiéndose varias millas en sentido paralelo a la superficie del mar, llenas de guijarros y conchas marinas. Allí obtuvo pruebas convincentes de la elevación de la tierra en América del Sur y el lapso de tiempo que esto requería. “Es curioso que en la superficie de esta llanura haya conchas iguales a las actuales, y que los moluscos conserven hasta su color azul”. Sin embargo, sus observaciones también se extendían a aspectos culturales y sociales. En Tierra del Fuego, Charles observó a los nativos Yaganes y se sorprendió por la diferencias “entre el hombre salvaje y el hombre civilizado”. Aunque para él, esa distinción residía en cuestiones culturales y no raciales. Comenzó a sospechar que no existía una gran diferencia entre los animales y las personas. 

Imagen A: El Beagle siendo saludado por nativos durante el paso por Tierra del Fuego, por Conrad Martens (izquierda). Imagen B: Caracol marino fósil coleccionado por Charles en Santa Cruz, ahora en el Museo de Historia Natural de Londres, y lámina publicada en uno de sus libros ilustrando el mismo ejemplar junto a otros similares (derecha). 

En Junio de 1833, el Beagle abandonó el Atlántico Sur tras haber completado el trazado de sus costas, atravesó el Estrecho de Magallanes y comenzó la marcha hacia el norte por el Pacífico, bordeando la costa chilena. En sus paradas Charles organizó una gran cantidad de excursiones a los Andes, ya que estaba interesado en los volcanes y los terremotos. Incluso llegó hasta Mendoza y Santiago de Chile en donde halló troncos y conchas fósiles en los altos andinos, proporcionándole fuertes evidencias que confirmaban su teoría del movimiento de la tierra, el tiempo que requería y su relación con la biodiversidad que habita cada territorio. Sin embargo, no todas las excursiones pudieron realizarse como había planeado debido a su estado de salud. Hay quienes aseguran que contrajo Chagas, ya que habría estado en contacto con estos insectos e incluso se habría dejado picar por uno de ellos, llevado por su curiosidad científica. A partir de entonces, las dolencias lo acompañaron hasta el final de sus días. 

Puente del Inca en el camino de Santiago a Mendoza, por Danvin.

En septiembre de 1835, la fascinación de Charles por la geología se volcó a la biología cuando arribaron a las Islas Galápagos. Si bien estuvieron allí poco más de 4 semanas, esta escala representaría un momento decisivo de su vida. Charles observó que la flora y la fauna tenían cierta semejanza con las de América del Sur pero en ese momento no le dio importancia. Recogió sus ejemplares, los organizó y catalogó como siempre lo hacía. Fue más tarde, analizando y meditando sobre lo encontrado cuando comprendió el significado: cada isla estaba poblada por una especie diferente de Pinzón o Tortuga terrestre, todas ellas procedentes de un antecesor común (originario del continente). Además, en una misma isla había diferentes especies, cada una de las cuales ocupaba un nicho biológico distinto: algunas se habían adaptado para alimentarse de insectos, otras tenían fuertes picos para comer semillas… Por aquellas fechas escribió en uno de sus cuadernos de ornitología: “Cuando veo estas islas, próximas entre sí, y habitadas por una escasa muestra de animales, entre los que se encuentran estos pájaros de estructura muy semejante y que ocupan un mismo lugar en la naturaleza, debo sospechar que sólo son variedades… Si hay alguna base, por pequeña que sea, para estas afirmaciones, sería muy interesante examinar la zoología de los archipiélagos, pues tales hechos echarían por tierra la estabilidad de las especies”. Había comenzado a convertir sus datos y observaciones en una teoría de la transformación evolutiva y mutabilidad de las especies.

Panorámica actual de las islas Galápagos (arriba). Las diferentes especies de Pinzones, cada cual con un pico adaptado a la fuente de alimento que le ofrece la isla que habita (abajo izquierda). La forma del caparazón de las tortugas gigantes permite distinguir las subespecies de cada isla (abajo derecha).

El 20 de octubre de 1835 el Beagle orientó su rumbo hacia el oeste, adentrándose en el Pacífico sur, el Océano Índico y luego de vuelta en el Océano Atlántico. A partir de allí no estarían más de un mes en cada lugar, y Charles aprovecharía el tiempo a bordo para ponerse al día con la organización de sus muestras, asimilar la gran cantidad de datos científicos que había tomado, y escribir artículos. En cuanto a lo vivido en estos territorios, sus registros se limitan a los maravillosos paisajes, las costumbres de los nativos en relación con los colonizadores y algunos organismos extraños como los marsupiales. Sobre ellos llegó a pronosticar su gradual extinción y comenzó a poner en tela de juicio todo el mecanismo de la Creación que había aprendido. Además, desarrolló sus teorías sobre el origen de los arrecifes de coral que ya había comenzado a reflexionar en las costas Americanas del Pacífico. Luego de volver a tocar puerto en Bahía y completar oficialmente la vuelta al mundo, el Beagle comenzó su retorno a Falmouth, Inglaterra, arribando finalmente el 2 de octubre, casi 5 años después de su partida.

Sus publicaciones

Retrato de Charles, con 29 años de edad, por T. F Maguire.

Tras el reencuentro con su familia, Charles comenzó a organizar su trabajo, clasificar su enorme colección y redactar sus reflexiones y descubrimientos. Gracias a sus amistades y escritos que iba mandando a Inglaterra durante el viaje, adquirió una gran fama entre la comunidad científica, por lo que a su llegada recorrió las instituciones de Londres, exponiendo sus ideas y conociendo a grandes científicos como Charles Lyell, Joseph Hooker y T. H. Huxley, con quienes entabló fuertes amistades y le ayudaron en sus escritos. De más está decir que sus descubrimientos e ideas, a pesar de ser controversiales y despertar críticas (sobretodo de los sectores más conservadores y religiosos), fueron recibidas exitosamente por la mayor parte de la comunidad, generando una gran cantidad de opiniones que alimentaron nuevas teorías, incluso en el propio Charles.

Sus primeros libros y artículos publicados fueron más que nada descriptivos. Por ejemplo, en “Diario del viaje de un naturalista alrededor del mundo” (1839) y las 5 ediciones de “Zoología del viaje del Beagle” (1839-1843), describe y analiza los especímenes colectados en su viaje,  en relación con aspectos de geología y geografía. Estos trabajos ya le otorgaron la Medalla Real concedida por la Royal Society y la celebridad como biólogo. 

Mientras tanto, en 1837 comenzó una serie de cuadernos sobre este tema que denominó “la transmutación de las especies”. Allí desarrolló sus ideas sobre reproducción, variabilidad, herencia y azar. Descartando la teoría de Lamarck, esbozó un gráfico que representaba la descendencia como la ramificación de un árbol, con ramas asimétricas y de diferente longitud, en el cual “es absurdo hablar de que un animal sea más evolucionado que otro”. Su convicción sobre este fenómeno era tan fuerte que hasta elaboró su propia teoría sobre cómo habría ocurrido: “la evolución por selección natural”. Mediante ésta alegaba que las especies no son inmutables (sobre todo si existen presiones y/o cambios ambientales), y que la adaptación a su entorno se produce por un mecanismo o fuerza que lleva a la conservación de las variaciones más aptas y a la desaparición de las menos aptas, en pos de una eficiencia económica natural. Otros autores ya habían expuesto uno u otro de estos elementos pero sólo él los había fundido en una idea unificada. Sin embargo, a pesar del éxito de sus anteriores publicaciones, poseía una profunda inseguridad y durante casi 20 años se limitó a confirmar su teoría acumulando datos, realizando experimentos y estudiando sus consecuencias e implicaciones. Recién en 1856, incentivado por sus colegas, comenzó a escribir una obra definitiva. Sin embargo, al poco tiempo le llegó una carta del colega Alfred Russell Wallace, en donde exponía brevemente una teoría idéntica a la suya, y le pedía su opinión y ayuda para publicarla. Arrepintiéndose de haber retrasado tanto su propia publicación, Charles le propuso un trabajo en conjunto y así, en julio de 1858, en una reunión de la Linnaean Society, presentaron simultáneamente el trabajo de Wallace y un breve resumen de la obra del propio Charles. Si bien la presentación no recibió demasiada atención, el evento sirvió para que Charles pierda su inhibición y rápidamente comenzó a escribir una obra que publicó en noviembre de 1859 bajo el nombre “El origen de las especies mediante la selección natural o la conservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida”, o más conocida como “El origen de las especies”. El éxito y polémica que generó fueron inmensos, agotando la primera tanda de 1.250 ejemplares el mismo día de la publicación. El libro era una obra maestra ya que de una forma admirablemente organizada, Charles Darwin exponía y confirmaba sus hipótesis con un gran cúmulo de datos, y examinaba sus consecuencias en todos los campos de la biología evolutiva: la divergencia de los organismos hasta formar una multitud de tipos diversos, la mejora especializada y el progreso general de la vida, el cambio de función de los órganos, la adaptabilidad, la estabilidad y la extinción. Incluso llegó a presagiar algunas realidades y concepciones actuales. Importantes referentes de la ciencia se declararon públicamente a favor o en contra, generando calurosos debates en diversos ámbitos de la sociedad. Pero, a pesar de la resistencia, la teoría comenzó a cruzar fronteras y las victorias científicas en otros países no tardaron en llegar. Dicha teoría estableció los cimientos de la ecología moderna y aún hoy sigue siendo el principio básico de las ciencias biológicas. 

A partir del éxito de su publicación, Charles se abocó a trabajar ininterrumpidamente en nuevas ediciones y otros temas relacionados. Algunos trataban de problemas botánicos o ecológicos concretos, y otros eran el desarrollo de temas mencionados en “El origen”. Los más emblemáticos son sus tres libros: “La variación de los animales y de las plantas bajo la acción de la domesticación” (1868), “El origen del hombre y la selección en relación al sexo” (1871), “La expresión de las emociones en el hombre y los animales” (1872). Con las dos últimas publicaciones Charles dio los primeros pasos hacia el estudio de la psicología comparada como ciencia y de la conducta desde un punto de vista puramente naturalista y evolutivo. Pero sobre todo, abrió las puertas al estudio del ser humano como un fenómeno natural y sentó las bases para el nacimiento de una nueva ciencia: la etología. Los siguientes 6 libros sobre botánica que publicó entre 1862 y 1880, resultaron una revelación de las increíbles posibilidades y facultades de las plantas. Él mismo relata: “Cuanto más estudio la Naturaleza, más me impresionan sus mecanismos y bellas adaptaciones; aunque las diferencias se produzcan de forma ligera y muy gradual, en muchos aspectos… superan con gran margen los mecanismos y adaptaciones que pueda inventar la imaginación humana más exuberante”. Los resultados de sus estudios y experimentos, muchos de ellos realizados junto a su hijo Francis, fueron publicados en “De los diferentes artificios mediante los cuales las orquídeas son fecundadas por los insectos” o “La fecundación de las orquídeas” (1862), “Movimientos y costumbres de las plantas trepadoras” (1875), y “Plantas insectívoras” (1875). Gracias a estos trabajos Charles se reveló como gran experimentador y abrió el camino para esa combinación de trabajo de campo y experimentación en el laboratorio que tantos frutos está dando en la biología actual. Entre 1876 y 1881 publicó otros 5 trabajos, siendo el último de ellos un detallado análisis de la influencia de las lombrices sobre el entorno (“La formación de mantillo vegetal a través de la acción de las lombrices”). El libro constituye un valioso ejemplo de los métodos utilizados por Charles para abordar los problemas biológicos, y una bella y sencilla demostración de su tesis central de que “contando con el tiempo suficiente, causas pequeñas y graduales pueden producir efectos amplios y radicales”. Además, tiene importancia histórica por ser el primer estudio ecológico y cuantitativo del papel de un animal en la naturaleza. 

Las últimas obras bajo su nombre fueron editadas por sus hijos y publicadas después de su muerte. Se componen de cartas que él mismo escribió a lo largo de su vida y de su propia autobiografía. La primera edición fue publicada en 1887 bajo el título “Vida y cartas de Charles Darwin”, aunque en los años que le siguieron se publicaron otras versiones que adicionaron pasajes, cartas y memorias de sus hijos.

Retrato de Charles en su vivienda de Down House, alrededor de 1880 (izquierda). Foto de una carta escrita por Charles en donde puede apreciarse su firma (derecha).

Los aportes de Charles Darwin a la ciencia son inmensos. No sólo cambió toda la perspectiva del pensamiento humano, sino que introdujo una visión dinámica y progresiva de su propia existencia. Sus importantes descubrimientos y técnicas, relacionados con todas las ciencias de la tierra, de la vida y del hombre, fueron los iniciadores de nuevas corrientes como la ecología, etología, taxonomía científica y antropología racional. Aún hoy, 160 años después, sus libros pueden ser leídos con provecho por cualquier tipo de público. Sin embargo su legado excede los horizontes científicos, ya que demostró que, aunque no se logre encajar en el molde del sistema académico educativo, si se mantiene la pasión por la verdad, la entrega a una misión, la honradez y la iniciativa, el triunfo está al alcance de la mano.  

El hombre detrás del científico 

La vida de Charles no fue sólo ciencia. El 29 de enero de 1839 se casó con Emma Wedgwood, la hija de su tío materno Jos Wedgwood. Emma era la pareja perfecta para Charles y no tardaron en mudarse a Down, a las afueras de Londres. Allí podía tener paz y tranquilidad pero al mismo tiempo estar lo suficientemente cerca de Londres como para no perder el contacto con sus amigos y colegas. Si bien en Down disminuyeron sus frecuentes y dolorosos problemas de salud, estos nunca lo dejaron de acompañar. Aunque a pesar de ello Charles siempre trabajó incansablemente y en Down pudo llevar a cabo su gran obra. 

El 27 de diciembre de 1839 nació el primero de sus diez hijos e hijas, y con él su interés por la conducta y la expresión de las emociones. Además, en sus experimentos había notado la fragilidad que adquirían las plantas congénitas, por lo que temía que sus hijos también sufrieran las debilidades de la endogamia que generaba con su esposa. Sin embargo, la mayor parte de sus hijos fueron sanos y exitosos, así como elementos clave en el desarrollo de sus ideas y teorías. 

Emma Darwin, esposa de Charles, según un retrato de George Richmond (izquierda). Down House, intacta desde que Emma y Charles la habitaron (centro). Charles junto a su hijo William (derecha).

En el invierno de 1881-1882, a sus 73 años, Charles comenzó a padecer graves problemas cardíacos. Sospechaba de su condición ya que le escribió a un amigo “se acerca el final de mi camino”. Y tenía razón: tras un ataque al corazón, Charles murió en Down House el 19 de abril de 1882, a sus 73 años de edad. Gracias a una carta dirigida por veinte parlamentarios al deán de Westminster, Charles recibió el inmenso honor de ser enterrado en la abadía de Westminster, junto a John Herschel e Isaac Newton. Solo cinco personas no pertenecientes a la realeza recibieron un funeral semejante. 

El funeral de Charles (izquierda). La Abadía de Westminster en la actualidad (derecha).

Durante sus 50 años de actividad científica acumuló logros de sorprendente amplitud y profundidad, otorgándole diversos premios y distinciones de renombre. Incluso después de su muerte y hasta el presente recibe incontables homenajes y conmemoraciones.